‘A Rodrigo Lara lo dejaron solo’
5 Mayo 2024

‘A Rodrigo Lara lo dejaron solo’

En entrevista con Patricia Lara Salive, Nancy Restrepo de Lara, viuda del asesinado ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, recuerda los terribles momentos de ese crimen cometido hace 40 años y responsabiliza al Estado de que aún no se hayan descubierto los autores intelectuales de ese homicidio. ‘El de Rodrigo fue un crimen político’, dice ella.

Por: Patricia Lara Salive

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Cambio Colombia

CAMBIO: ¿Qué estaba haciendo en la tarde del 30 de abril de 1984?

Nancy Restrepo de Lara: Ese día fue largo... Se inició a las 5:00 de la mañana con una llamada que le hizo a Rodrigo el presidente Belisario Betancur. Le dijo que necesitaba hablar con él, y que tenía que ser en ese momento. Por eso salió muy temprano. Se trataba de un tema muy delicado: quería hablarle de las amenazas que había recibido. Le dijo que él se había enterado de que se estaba fraguando el crimen, que lo iban a asesinar. No me gusta esa palabra, pero así fue. 

CAMBIO: ¿Y qué pasó?

N.R.L.: Yo también salí después, porque manejaba la oficina de Rehabilitación Carcelaria del ministerio, cuya labor era ayudar a los expresidiarios a encontrar trabajo. Como a las diez de la mañana, Rodrigo me llamó para contarme que había tomado la determinación, con el presidente, de que iba a entregar el ministerio y que iba a trabajar hasta el 20 de mayo. Nuestra conversación giró en torno a cómo sería su salida y cómo iba a ser mi estadía con los niños para podernos encontrar después en Washington. La idea era que fuera designado en la embajada colombiana en Checoslovaquia. Era una decisión tomada, pues él recibía amenazas a diario, pero no me las dejaba saber. Al mediodía fuimos a un coctel en la Embajada de Holanda. Él estaba muy nervioso, supremamente nervioso, angustiado y pendiente de la forma de movilización del carro, y del de los escoltas. No era blindado, como tampoco lo era el de ellos. Y salimos rumbo al evento. Estuvo feliz, como siempre. Tú conociste como era él de jocoso: a todo le sacaba chiste y hasta se burlaba de él mismo. Fue una tarde muy agradable, a pesar de que él estaba demasiado nervioso. Siempre me decía: ‘Vamos a salir adelante. Vamos a dejar a esta gente metida’. En fin, cuando regresamos al ministerio, él se quedó y yo salí a la sede de la programadora RTI para asistir a una película proyectada con el fin de recoger fondos para la oficina que estaba manejando. Y regresé al ministerio para recoger mi carro… Entonces recibí la orden del escolta de que yo tenía que tirarme al piso porque había un hombre en una moto. Fue horrible. Ellos incluso desenfundaron sus armas… pero nada sucedió. Me di cuenta de que estaba el carro de Rodrigo. En él me sentía más segura. Teníamos una cena y decidí que me iba con él. Empecé a subir las escaleras rumbo a mi oficina, cuando sentí un desasosiego: faltaban dos o tres escalones para llegar a mi despacho y sentí como si algo me hubiera obligado a dar la vuelta. Pensé en mis niños y un extraño impulso me hizo salir del ministerio…

CAMBIO: ¿Entró a su oficina?

N.R.L.: No entré. A mí me dio como una zozobra tan rara… pensando en los niños, porque eran ya las seis de la tarde, y yo sentía mucha angustia. Entonces me subí al carro y arrancamos. Nunca supe si Rodrigo iba a ir a la casa. Antes de llegar me detuve en Artesanías de Colombia para comprar el regalo para la cena, y le dije a quien me atendió que necesitaba llamar a mi esposo. Me dijo que el teléfono estaba dañado, por lo que salí con más angustia porque estaba perdiendo tiempo para estar con los niños. Bajamos por la calle 127. Vivíamos allí, en el barrio Recreo de los Frailes. Entonces vi salir un carro de la Policía en contravía por toda la 127. Cuando ya iba llegando a la casa me encontré con otro auto de la Policía que salía, y vi el carro de Rodrigo incrustado en el garaje de una vecina. ‘¿Pero qué es esto?’, me pregunté. ‘¿Esto es un sueño o es una pesadilla?’ Todo pensé menos que hubiera pasado lo que pasó. Creí que Rodrigo había tenido un accidente. Pero cuando me encontré con los vidrios rotos, con el carro desbaratado, perdí el control y perdí el conocimiento por un instante. Cuando volví en mí pregunté por los niños. Nadie me decía nada. Sentí que iba en un carro. No tengo ni idea de quién me llevó, ni cómo. Sólo sé que me llevaron al hospital y que había tanta gente... Y allí fue donde vi solamente a Rodrigo chiquito, solo, parado allá. 

CAMBIO: ¿El asesinato ocurrió en frente de la casa?

N.R.L.: No, sobre la 127. Donde está hoy una iglesia de los mormones. Eso era antes un lote sin construir. Y de ahí salieron los asesinos, al lado de un carro que supuestamente estaba varado. Pararon el de Rodrigo y salieron en unas motos y le dispararon. 

CAMBIO: ¿En qué momento vio a Rodrigo muerto?

N.R.L.: Mire cómo es la vida. Cuando yo encontré en la clínica a mi hijo Rodrigo lo abracé, lo cargué… Yo no entendía. Salió Augusto Galán, que estaba de turno esa noche. Y me abrazó. ‘¿Pero, qué pasó? ¿Dónde está Rodrigo?’, le pregunté. Y me dijo que había fallecido. Enseguida me fui a estar con él...

CAMBIO: ¿Usted tenía en ese momento 28 años, ¿cierto?

N.R.L.: Yo tenía 28 años. Rodrigo tenía 37, y mis hijos estaban muy pequeños. Rodrigo tenía ocho, Jorge Andrés seis y Pablo acababa de cumplir tres. 

CAMBIO: ¿Y qué sintió al darse cuenta de que quedaba viuda a los 28 años, con tres niñitos a cuestas?

N.R.L:. Yo lo único que puedo recordar es que tenía una sola pregunta: ‘¿Qué vamos a hacer sin Rodrigo? Eso era lo único que me preguntaba. Fue un momento terrible. Y lo más doloroso es que en Colombia muchísima gente ha vivido la misma situación, como les digo yo a mis hijos, situaciones mucho más difíciles. Pero la lección que me dio Rodrigo fue la fortaleza. Y después de su entierro, aunque teníamos la ilusión de que nos íbamos, yo caminaba mirando para todas partes. Los niños no podían salir, no podían ni subirse al bus por la inseguridad que les causaban a los otros compañeros, no podían ir a una fiesta… No podía salir a ninguna parte, Rodrigo tampoco. Éramos unos prisioneros y sin seguridad, porque, ¿cuál era la seguridad que teníamos? Además de los escoltas, un chaleco antibalas que le regaló el embajador norteamericano.

CAMBIO: Ayer, preparando la entrevista, volví a leer una crónica que escribí en El Tiempo el domingo siguiente a la muerte de Rodrigo. En ella se recuerda ese fin de semana que pasamos en la finca que era de mis padres…

N.R.L.: Tengo una fotografía de Rodrigo en una cascada. Pasamos felices. Él estuvo suelto, pero con angustia. 

CAMBIO: Recuerdo que él llegó cargado de tamales y botellas de vino; despidió a los escoltas y nos quedamos solos. Y no sólo pasamos felices, sino que pudimos hablar de muchas cosas. Y él ahí manifestó su temor. Es decir, ya se estaba planteando la posibilidad de viajar a Checoslovaquia, a la embajada. Fue muy bonito, pero también muy triste, porque era evidente que él sabía que lo iban a matar y que estaba como jugando gambetas con la muerte, viendo si alcanzaba a llegar vivo al momento en que se fuera del país. Eso fue tres o cuatro semanas antes del homicidio. ¿Por qué se demoró tanto el nombramiento como embajador en Checoslovaquia o su salida del país? 

N.R.L.: Rodrigo se lo pidió al presidente: le dijo que tenía que realizar unos trámites muy importantes; eran unas extradiciones que estaban pidiendo de Estados Unidos. ‘Yo me comprometo y yo me voy el 20 de mayo’, le dijo.

CAMBIO: Pero la fecha del allanamiento a Tranquilandia, ese laboratorio gigantesco que tenían los narcos en la selva, fue el 28 de marzo, un mes y dos días antes del asesinato. Sin embargo, la condena a muerte venía desde antes, desde que Rodrigo denunció a Pablo Escobar y la presencia de dineros de la mafia tanto en el fútbol como en la política, y desde que dijo que en el Congreso se había colado un narco. En ese instante, Pablo Escobar era el suplente de Jairo Ortega, representante a la Cámara por la lista que encabezaba al Senado el exministro de Justicia, Alberto Santofimio Botero. Desde ese momento imagino que lo declararon su enemigo.

N.R.L.: Claro.

CAMBIO: Y eso fue in crescendo. Y llegó el momento terrible de la celada que le hicieron en el Congreso, cuando estaba recién posesionado como ministro de Justicia. Y luego, su decisión, casi suicida, de atacar al narcotráfico al máximo. Es decir, como que no le importaba que lo fueran a matar. Por ejemplo eso que le dijo al presidente: ‘yo no me voy hasta que no termine los trámites de las extradiciones’.

N.R.L,: Sí, él tenía que firmar unos documentos que estaba pidiendo Estados Unidos, muy importantes. Y dijo ‘yo no puedo irme. Me comprometí y lo voy a hacer’. Eran 20 días.

CAMBIO: En una entrevista que le acaban de hacer en El Tiempo a Rodrigo, su hijo, él recuerda que el rector del Externado, Fernando Hinestrosa, dijo, a raíz de la muerte de Rodrigo, que lo habían dejado solo… ¿Cómo fue eso?

N.R.L.: Sí, Rodrigo estaba solo. La persona que yo vi que lo acompañó fue don Guillermo Cano. Siempre lo llamaba, lo apoyaba, le mandaba información. Y gracias a una información que él le mandó a Rodrigo, Pablo Escobar no pudo hacer meter a Rodrigo a la cárcel. 

CAMBIO: ¿Qué decía esa información?

N.R.L.: Que Escobar sí había tenido vínculos y problemas con la justicia. Lo que pasa es que no se sabía de dónde había salido él. Se sabía que manejaba mucha plata, pero no había ningún rastro de que tuviera problemas con la justicia.

CAMBIO: Es que Pablo Escobar emplazó a Rodrigo Lara cuando él lo denunció y le dio 24 horas para que rectificara. Es ahí cuando Guillermo Cano le envió la información a Rodrigo y lograron detectar que sí estaba comprometido con temas de droga. ¿Usted cree que esa soledad en la que se sentía Rodrigo, atacado por distintos flancos y fundamentalmente por Pablo Escobar, y ante el silencio de los grupos políticos tradicionales, incluido su propio movimiento, pudo llevarlo a atacar al narcotráfico con mucha más vehemencia… 

N.R.L.: Sí, Patricia. Él se quedó solo. A Rodrigo lo dejaron solo...

CAMBIO: ¿O sea que podríamos decir que él se expuso al asesinato o casi que se suicidó? 

N.R.L.: Podríamos decir que con más responsabilidad lo estaba haciendo…

CAMBIO: Aquí tengo yo que decir, para la audiencia de esta revista y para los que son más jóvenes, que Rodrigo Lara Bonilla es de los dirigentes políticos más prometedores que ha tenido el país. Un tipo absolutamente brillante, un liberal de izquierda, vertical, valiente, un orador formidable, además con un gran sentido del humor, muy gracioso. A mí me llamaba o yo lo llamaba y duraba media hora echándome chistes opitas y riéndose a las carcajadas.

N.R.L.: A todo le sacaba jugo. Era un hombre jocoso, un hombre inteligente, un hombre con una impresionante capacidad de trabajo y de llegarle a la gente. Era un verdadero líder, Rodrigo Lara.

CAMBIO: Un verdadero líder, de avanzada, de los más importantes que había en ese momento en la palestra pública.

N.R.L.: Y además se movía en sus bases, que eran el Huila y Campoalegre. Él salía cada ocho días a sus giras y le encantaba que fuéramos con él. Salíamos con los niños, y a mí me encantaba acompañarlo. Rodrigo habría llegado muy lejos. Le habría servido mucho a este país. La muerte de Rodrigo Lara fue, para mí, una muerte política.

CAMBIO: Él sí habría hecho el cambio… Ahora, vamos a la parte linda de la historia. Usted tenía 18 años cuando conoció a Rodrigo. Él había sido ya alcalde de Neiva.

N.R.L.: Sí, fue alcalde en 1967 o 68. Mi papá era muy amigo de sus padres y una noche en que llegó a pedirle permiso a mi papá para que me dejaran ir a alguna parte, estaba Jorge, el papá de Rodrigo. Y le dijo a mi papá: ‘Esta muchachita puede ser la esposa de Rodrigo’. Me acuerdo tanto... porque yo me quedé mirando y me pregunté ‘¿cómo, si yo estoy tan chiquita?’. Y bueno, fíjate, después nos encontramos. Duramos cuatro meses de novios.

CAMBIO: ¿Cómo así?

N.R.L.: Fue el tiempo en que nos conocimos. Salíamos, íbamos a comer empanadas, a un cine, allá en Neiva. A los dos meses me dijo que por qué no nos casábamos. Yo acababa de salir del colegio y le contesté que esperáramos un poco y que iba a ir a estudiar en Bogotá. Me dijo: ‘No, no. Nos vamos a casar y vas a estudiar cuando nos casemos’.

CAMBIO: Yo recuerdo que me contó que se había conseguido una novia bonita, inteligente y que además le gustaba la política y acompañarlo en las giras. Estaba feliz.

N.R.L.: Eso fue en febrero. Y era la campaña de 1974 de Alfonso López. 

CAMBIO: Rodrigo fue del MRL, pero después se distanció de López. Le decía ‘Satanás’, me acuerdo.

N.R.L.: Eso fue una historia bien triste. Porque Rodrigo hizo su campaña y creo que López le hizo una jugada. Estaba aspirando a la Cámara y tenía 27 años. Él no podía ir al Senado porque no tenía la edad. Y empezó su campaña. Y resulta que llegó la Convención Liberal del MRL en el Hotel Plaza, y adivine quién era el delegado de López Michelsen…

CAMBIO: ¿Santofimio?

N.R.L.: Alberto Santofimio Botero. Y llegó a la Convención y a Rodrigo no lo dejaron entrar. Se quedó por fuera. Y ahí fue cuando él resolvió hacer una disidencia. Entonces López le dijo: ‘Pero ¿cómo va a ser disidente? Eso es ahogarse políticamente’. Rodrigo le contestó: ‘Hago mi disidencia porque yo tengo mi gente, yo tengo los votos’. Pasaron los días y Rodrigo empezó a organizar su disidencia, que se llamaba La Dignidad Liberal. Y empezó a crecer. Y la gente, entusiasmada, le ayudaba a Rodrigo en todos los pueblos y en Neiva. Y llegó el momento de la inscripción de listas. Y López lo hizo inscribir en el Senado, a pesar de su edad. Yo digo que fue una jugada que le hicieron a Rodrigo: una muerte política. Él fue el que le puso ‘Satanás’ a López. Y le pidió que lo mandara para afuera. Y un día lo llamó y le dijo: ‘Bueno Rodrigo, lo voy a nombrar en la embajada de Bruselas, Bélgica. Él le contestó: ‘Yo no le puedo aceptar ese nombramiento, porque tengo un problema gravísimo: yo no me amaño sino en Neiva y en París’ (Risas). Y no aceptó la embajada. Hasta que un día crearon un cargo y estuvimos nueve meses en la Ciudad Luz. Él fue consejero en la embajada.

CAMBIO: Vamos otra vez al momento triste en que quedó viuda con los tres niños. ¿Cómo arrancó su vida a partir de ahí?

N.R.L.: Al otro día del funeral, me llamó el presidente y me dijo: ‘Nancy, ¿usted qué quiere hacer? Le dije: ‘Mire, si yo me quiero ir del país. No soy capaz de seguir viviendo acá’. Y él se quedó callado. Le dije: ‘Me quiero ir para España’. Y así fue. Estaba en casa de Raquelita, la mamá de Rodrigo, y colgué y dije: ‘Me voy dentro de un mes, con mis hijos, para España’. Al mes ya tenía mi casa recogida y nos fuimos para la embajada en Madrid, en donde trabajé.

CAMBIO: ¿Sus hijos heredaron bienes de Rodrigo?

N.R.L.: Sí, pero eran parte de una sociedad de la familia. Yo manejé mis cosas, mi independencia, hasta que mis hijos fueron mayores. 

CAMBIO: ¿Cuánto duró en España?

N.R.L. Un año solamente. Porque a raíz de la muerte de Rodrigo esta gente salió del país y se instalaron en Panamá. Y se dio el encuentro de López con esa gente en Panamá.

CAMBIO: ¿Y al cuánto tiempo de muerto Rodrigo se dio ese encuentro?

N.R.L.: Como a los diez o 15 días.

CAMBIO: ¿Por qué fue ese encuentro?

N.R.L.: Se fueron a negociar la entrega. No sé qué más de fondo ni qué otra cosa tenían entre manos.

CAMBIO. ¿Quiénes fueron?

N.R.L.: Estaba el que fue procurador, Carlos Jiménez Gómez. Estuvo López. 

CAMBIO: Y del otro lado estaban Pablo Escobar y ¿quién más? ¿Los Rodríguez Orejuela o Gacha?

N.R.L.: Creo que sí, y estaban juntos, porque a la casa llamaban y dejaban razón: ‘Entre todos hemos recogido tanto para matar a Rodrigo’, eran las amenazas. Y en Madrid pasa que cogieron a uno de ellos. Tal vez un Ochoa, que estaba en un restaurante cenando y lo detuvieron. Y entonces vinieron las amenazas contra la embajada. Diariamente llamaban y el presidente me dijo que me trasladara a Berna, en 1985. Y allá estuve siete años.

Cambio: ¿Cómo fue esa experiencia?

N.R.L.: Muy dura. Difícil, porque un día me dijeron: ‘usted va a ser la cónsul’. ¡Dios mío! Me puse a estudiar y creo que me gradué de cónsul en Berna. Fue una experiencia maravillosa. 

CAMBIO: ¿Hasta qué año duró en Berna?

N.R.L.: Hasta 1993. A mí me tocó esa parte terrible, la muerte de Enrique Low Murtra. A él lo iban a asesinar en Berna, iban a hacer lo mismo que hicieron con el atentado de Enrique Parejo. Recuerdo que un lunes me llamó una señora cuyo nombre no se me olvidará nunca. Me dijo: ‘yo necesito hablar con usted’. Le dije: ‘Pero doña Doris, ya llegó su cédula. Venga para que hagamos su pasaporte y pueda solicitar su residencia’. Me contestó: ‘No, yo no la llamo por eso. Necesito hablar con usted’. Pero lo hizo con una angustia y una zozobra impresionante. Me confesó qué era lo que la tenía sufriendo. Me dijo: ‘Esto es de vida o muerte. No puedo hablar, no puedo dar nombres, pero es grave’. Era contra el embajador Parejo. Él estaba en Praga. Unos meses atrás, yo estaba con él pues veníamos de visitar un museo para una exposición de Fernando Botero. Y ese día lo llamó Germán Montoya y le dijo: ‘Enrique, le pido el favor de que pida protección, porque lo único que dicen que no echan para atrás, es lo suyo’.

CAMBIO: Él había firmado alguna extradición. ¿Cierto?

N.R.L.: Sí.

CAMBIO: Para resumir un poco, después regresó Enrique Low a Bogotá y lo mataron en una calle. Él no tenía ninguna protección del Estado.

N.R.L.: Es que lo sacaron sin avisarle, siquiera, sin darle el tiempo.

CAMBIO: Se nos quedan muchas cosas entre el tintero, pero quiero hablar de un tema que no podemos dejar de lado. ¿Qué ha pasado con la investigación sobre el asesinato de Rodrigo Lara en estos 40 años?

N.R.L.: Nada. Nada. Y de verdad lo digo con dolor y con mucha tristeza, porque es que esto no lo tengo que pedir yo. Esto no lo tienen que pedir mis hijos. Esto es una obligación de un Estado al que la mafia le asesinó su ministro de Justicia. Dígame si no fue una falta de responsabilidad del estado.

CAMBIO: A los dos sicarios los capturaron. ¿Cierto?

N.R.L.: Sí. Los cogieron. Los llevaron a la cárcel y se salían. Y les daban permiso para que fuera a bailar. ¿Pero quién dio la orden? Eso no eran solamente los sicarios de Pablo Escobar. Ahí hay mucha cosa de por medio.

CAMBIO: ¿Cree que puede haber políticos involucrados?

N.R.L.: Para mí ese fue un crimen político. Pero eso está guardado. Es una burla al Estado. O es una burla del Estado.

CAMBIO: Para terminar, Nancy, veo detrás de usted una foto de Rodrigo en la que él abraza a uno de sus hijos.

N.R.L.: Ay, mi negro. Mi ángel. Mis dos ángeles de la guarda. Mis protectores.

CAMBIO: ¿Qué pasó con él?

N.R.L.: Mi negro me dio una lección. Vino a visitarme. Mi negro murió tratando de mover la investigación para que se supiera quién había asesinado a su padre. Así murió mi negro, con un dolor en el corazón y en el alma grandísimos. Le dio una oclusión intestinal y murió en París. Ha sido una lucha muy grande. Pero con fortaleza, y con carácter y con criterio, y con amor a mis hijos… La gente también me ha apoyado. De verdad que la gente ha sido muy solidaria. Vivo muy agradecida con la vida.

CAMBIO: Ay, Nancy...

N.R.L.: Gracias por darme esta oportunidad de abrir mi corazón. No es fácil expresar los sentimientos y las vivencias, pero pienso que hay aprendizaje. Y hay tristeza también. A mí me dieron tiempo de trabajar con el Estado y yo hice todo el esfuerzo e hice una magnífica labor. Pero sí le pido al Estado que se siente a analizar la situación de la investigación de la muerte de Rodrigo Lara Bonilla. Que haya justicia de verdad. Porque el suyo fue un crimen político que quedó ahí...

CAMBIO: Esperemos que sea así, ahora que tenemos a una mujer de fiscal. Ojalá vea esta entrevista y actúe como fiscal, como madre y como mujer. 

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